Es incredible la relación que mi hijo Adam y su conejo desarrollaron en los últimos cinco años. “Cloudy” (Nublado), fue el conejito que mi hijo escogió de entre muchos, porque fue el único que en vez de asustarse se le acercó curioso cuando fuimos a la tienda de mascotas a buscar uno para su cumpleaños. Fue amor a primera vista!
Adam rápidamente se convirtió en buen mayordomo de su mascota. Después del primer día, nunca tuve que recordarle que debía darle agua, de comer o sacarlo afuera para jugar con él. Nunca lo escuché quejarse de su mascota o por tener que cuidarla. Cloudy también le daba atención especial sólamente a él: le gustaba correr alrededor de sus pies, saltar al sofa cuando se sentaba a estudiar. Siempre se dejaba acariciar sólamente por él. Cuando triste, Cloudy sabía cómo levantarle el ánimo enseguida. Así fue por más de cinco años, hasta el día que Adam encontró a Cloudy sin vida cuando regresaba de la escuela. Adam inmediatamente se tiró al suelo y lloró por horas, acostado a su lado.
¿Cómo ayudar a mi hijo en tal momento? Enseguida comencé a pensar cuál sería la mejor manera de ayudarlo a pasar por este valle de la vida. Aunque fuera “sólo un conejo”, no podía minimizar la realidad de las horas compartidas, los recuerdos, las alegrías .... La pérdida era más que de una simple mascota, existía una relación que para Adam era verdadera y para los que la vimos, también. Era mucho lo que íbamos a extrañar.
Recordé la lora vieja que tenemos en la casa, y el día que su compañero de toda la vida, murió. Recuerdo cómo en el momento en el que él murió, ella le gritaba, lo limpiaba, lo movía, como tratando de darle ánimo para que se levantara de nuevo. Era tan obvio su pesar; ni se movía de su lado, que decidimos seguir la costumbre de otras culturas, y la dejamos estar con él por tres días. Dicho y hecho, el tercer día ella por fín se movió fuera de su lado y entró de nuevo en la jaula, para comer y descansar. ¿Si a la lora le dimos este tiempo para superar la muerte de su compañero, cómo no dárselo también a nuestro hijo?
Confiando que Adam también tendría la capacidad de encontrar la manera de decir “adios”, primero le dimos su tiempo para llorar. Luego de estar un rato, lo dejamos a sólas con su conejo, pero estábamos cerca, pendientes. A las tres horas más o menos le recordamos que no teníamos que “enterrarlo” ese mismo día. Arrugó los ojos. Por lo visto, la idea de “enterrarlo” era algo que no había pasado por su cabeza todavía, pero era hora de irla poniendo en su mente.
Pasaron unas horas más y aunque ya había salido al baño, a comer y había agarrado su libro de tareas para hacerlas, fue a las nueve de la noche que nos avisó cuándo y dónde quería enterrar a Cloudy: al día siguiente, dijo - en la granja, bajo los árboles y cerca del lugar donde llevaba a Cloudy a comer alfalfa y a correr libre por el campo.
Así lo haremos - le dijimos. Adam volvió a su cuarto, acostó a Cloudy en la jaula sobre el pasto, lo cobijó con una franela y le puso sus juguetes alrededor. Luego él también se fue a dormir. No sin antes decir su oración, donde le pedía a Dios que recibiera a Cloudy en su reino y le permitiera algún día, volverlo a ver.
La mañana siguiente Adam se fue a la escuela; hizo sus tareas en su cuarto, al lado de Cloudy. Ya sabíamos que a las 6 p.m. iríamos a la granja, pero a eso de las 5:30 le recordé la hora, para que se fuera preparando como él quisiera. Se paró entonces a buscar una caja vacía y acomodó a Cloudy allí. Le escribió una carta, puso la carta y un par de sus juguetes adentro. Como recién llegaba la primavera, salí al jardín a cortar flores y las puse dentro de la caja. Cuando llegaron las seis y media nos fuimos a la granja. Allí nos esperaba su papá, quien nos ayudó buscando las palas. Adam escogió el lugar. Caminamos hasta allá. Entre él y su papá abrieron el hueco y luego de hacerlo se fueron los dos a buscar grama y alfalfa, de la que le gustaba a Cloudy, para hacerle una cobija con ellas. Adam puso la caja en el hueco, agarró la carta y se la leyó a Cloudy. La carta decía: “
Gracias, Cloudy, por haber estado allí para mí siempre. Gracias por todos los ratos de alegría que me diste. Discúlpame por no haber podido estar allí para tí siempre. Espero verte de nuevo, Cloudy, pero todavía no. I love You. Bye, Cloudy.” Su papá y yo también aprovechamos de decir lo que sentimos.
Adam volvió a poner la carta en la caja, acarició a Cloudy una vez más y la cerró. Agarró unos palitos de madera que estaban al lado, hizo una cruz, se sonrió y la puso sobre la caja. Entonces se le ocurrió hacer una sonrisa con palitos también, y la puso al lado de la cruz. Su papá lo invitó a agarrar una manojo de tierra y cuidadósamante úbico la tierra sobre la caja, de manera de no destruir la cruz y la sonrisa. Nosotros también lo hicimos, y entre ellos dos terminaron de llenar el hueco con las palas.
Adam tiene 13 años. Fue obvio que ya nos había visto despidiendo otros seres queridos y fue recordando las herramientas que tenía en el recuerdo para crear su propia liturgia de despedida. Cuando nuestros hijos son más pequeños, o no han tenido la posibilidad de despedir un ser querido, ellos necesitan más de nuestra ayuda. Tal vez esta experiencia de Adam pueda darle a ustedes ideas de cómo acompañar sánamente a sus hijos a despedir a sus mascotas.
Eviten minimizar la experiencia. Los sentimientos y la relación que se pierde es real para nuestros hij@s y necesitamos honrar este momento, dándole la atención necesaria para que ellas/os puedan aprender a decir adios a sus mascotas. Este momento nos llega a todos, tarde o temprano.
Recomiendo también que nunca digan: “Luego te compro otra...”, o “era sólo un conejito...”. Aunque no seamos vegetarianos y aunque tengamos el dinero de salir a comprarles otra mascota, cada relación es única y cada criatura es única ante los ojos de Dios también. Ellas comparten con nosotros el soplo de Dios que les dió la vida, creando vínculos verdaderos cuando las amamos. Nuestros hijos/as aveces parecen saber esto, mejor que nosotros!. No hay otra criatura que pueda suplantar la que se ha perdido. Sólo existe la posibilidad de crear una nueva relación, luego y a su tiempo. Ya nuestros hijos/as nos dejarán saber cuando estén listos para ello.
Que Dios les bendiga! y les muestre el camino para decirle Adios a sus mascotas!
Rev. Neddy
Pd. Le pedí permiso a Adam para tomar y compartir estas fotos con ustedes.